Aquella mujer era como un polvorín, amante apasionada y
experta felatriz, la más mínima chispa hacia prender la mecha que detonaba su
fuego interno. Nos conocimos en una paella que organizaron unos amigos en su
chalet.
Llegue con tiempo
de sobra para ayudar a preparar todo, allí era como uno más de la familia.
Encendimos la barbacoa y fuimos colocando las mesas y sillas en el jardín, el
día de finales de primavera era espectacular. Una vez todo preparado y a la
espera de la llegada de la gente nos sentamos a tomar algo en los amplios sofás
del porche.
Poco a poco
fueron llegando los amigos, el buen ambiente se hacía palpable entre todos, las
bromas y risas iban salpicando los diferentes corrillos que se fueron formando.
Encontrándome en uno de estos, sentí una mano que agarraba mi brazo por detrás
mientras que la voz de Maca, la anfitriona, reclamaba nuestra atención para
presentarnos a alguien.
-
Mi prima Fanny.
Era una mujer elegante, alta, morena, ancha
de huesos, ojos penetrantes, sonrisa cautivadora, pechos generosos, caderas
insinuantes y piernas largas. El conjunto era arrebatador, lo que se suele
decir en mi pueblo “Una mujer de bandera” Tras las presentaciones de rigor y al
acercar mi cara para darle dos besos, el aroma de su perfume llego a mis papilas
olfativas, aquella emanación de la mezcla de la colonia y su piel me perturbo.
Se unió
animosamente a la conversación, que no era nada trascendental. Sin querer manifestar
la atracción que me había provocado, dirigí varias miradas furtivas para
analizarla más en profundidad. Al poco tiempo se marchó para seguir saludando a
la demás gente. Comimos cada uno en una punta de la mesa, sin poder llegar a
tener ningún contacto.
Como era
costumbre la reunión duro hasta bien entrada la noche. Yo me quedaba a dormir
allí, así no tenía que coger el coche después de beber. La gente se fue
marchando quedándonos solamente los 3 hermanos dueños de la casa con sus
respectivos, ella y yo. Fanny vivía a dos minutos andando. Sin prisas por
recoger, ya lo haríamos al día siguiente con ayuda del servicio, nos fuimos a
tomar la penúltima al salón de la televisión. Me ofrecí rápidamente a acompañar a Fanny a su
casa, aunque aquella urbanización era un remanso de paz y estaba bien
custodiada, no eran horas de dejarla ir sola.
El paseo que era
corto, se trasformó en lento y pausado, nos íbamos parando continuamente para
poner énfasis en la conversación. No sé el tiempo que pasamos en la puerta de
su casa, pero, aunque fue mucho a mi me resulto corto. Tras darnos los
teléfonos, nos dimos un abrazo y dos besos para despedirnos.
Le llame un par
de veces esa semana, las conversaciones fueron largas y entretenidas. Quedamos para
comer el sábado, iríamos a Sepúlveda a visitar las Hoces y a comer asado, así
aprovechaba también para ver a mis amigos de Casa Paulino. Tenía el plan hecho,
aquella zona la conozco bien y se lo que hay que visitar.
Le pasé a buscar
a la hora indicada, aquellos besos me supieron distintos, su mirada tenía un
brillo que no había observado la vez anterior y sentí cierto grado de
complicidad más intensa. El viaje discurrió entre una amena charla y miradas
insinuantes. Sin querer, nos rozamos varias veces las manos al buscar el tabaco
en la consola central.
Llegamos a Riaza,
tomamos café en Casaquemada y dimos un paseo por su plaza empedrada. Subimos a
la Emita de la Virgen de Hontanares, enclavada en la falda de la sierra y entre
un espeso robledal, aparece como una visión el edificio blanco. Estando cerrada
dimos un paseo hasta el mirador de Piedras Llanas, desde donde se tiene una magnifica
visión del territorio de la Comunidad Villa y Tierra de Sepúlveda. El viento en
aquel saliente siempre sopla, y aunque el día era magnifico, refrescando la
temperatura. Ella se arrimó pegando su cuerpo al mío mientras mi brazo pasaba
por encima de los hombros. Estuvimos un rato contemplando las vistas en silencio,
sin decir nada dimos medía vuelta, con paso lento y sin separarnos volvimos
hacia el coche.
Al llegar y sin
poder frenar aquel impulso, gire su cuerpo, mire sus ojos y roce sus labios con
los míos. Tras unos instantes de mirarnos fijamente, nuestros cuerpos se
juntaron y las bocas se fundieron en un beso profundo. Subimos al coche y
fuimos en silencio un buen rato, a pesar de su reacción me quedaba cierta duda.
El cruce de un corzo por delante del auto fue el detonante para volver a tener
una charla normal. Busque su mano y entrelazamos nuestros dedos.
Balbi y Cholo se
llevaron una grata alegría al verme entrar por la puerta del restaurante. Nos
conocimos en París de la forma más insólita y dese entonces mantenemos una
entrañable amistad. Nos dieron una mesa en el mirador y de comer como a
marqueses. Las miradas y el roce de las manos eran continuo, no podía ser
cierto aquello tan maravilloso. Nos
despedimos de mis amigos después de una amena sobremesa con ellos.
Bajamos a San
Frutos, ermita situada en uno de los salientes de las Hoces. Los besos se iban
haciendo cada vez más intensos, los roces de nuestros cuerpos pasionales. Los
buitres sobrevolaban nuestras cabezas a muy baja altura, aprovechando las
corrientes que se forman en las laderas y ofreciendo un espectáculo digno.
Tuvimos que calmarnos, el apasionamiento en nuestras caricias apoyados contra
el coche empezaba a rayar lo obsceno. Sin pensarlo le pregunte:
-
¿Te apetece desayunar en Santander?
Y respondiendo de la misma forma
contesto:
-
Donde tú quieras.
Llegamos a Santander
sobre las 10 de la noche, en el camino habíamos parado en una gasolinera a
coger algunas cosas básicas de aseo. Lo primero fue ir al Hotel Real a ver si tenían
habitación y una vez asegurado el alojamiento nos fuimos a picar algo a la zona
del Cañadío. No sé si por el cansancio acumulado o por la excitación de ambos
no nos entretuvimos en tomar una copa, fue saciar nuestros estómagos y marcharnos
para el hotel.
Nada más
traspasar la puerta de la habitación vivimos una escena de lo más tórrida. Entre
besos y caricias las ropas fueron desapareciendo de nuestros cuerpos, casi a
trompicones acabaron nuestros cuerpos desnudos bajo la ducha, cada uno buscaba
las partes erógenas del otro, lentamente bajo lamiendo mi cuello, el pecho,
mordisqueo los pezones, introdujo la lengua en el ombligo, besos mis ingles y
sin ningún remilgo sus labios y boca me recogieron. Trastabillado me apoye
contra la pared dejándome llevar por semejante maestría.
Como lobo herido
tuve el firme propósito de devolver todo el placer recibido. Tumbada en la cama
bocarriba acaricie su cuerpo lentamente, las yemas de mis dedos rozaban
levemente su piel. Arranqué un gemido al pellizcar de improviso la dureza de
sus pezones, se estremeció por completo al notar mi lengua bajando por sus
muslos hasta sus pies, convertí su dedo gordo en un caramelo para mi boca.
Separo sus piernas levemente, avance entre ellas hasta encontrarme de cara con
la suavidad de su monte de Venus depilado, sus manos agarraron fuertemente las
sábanas y arqueo su cuerpo al sentir mis labios juntarse con los suyos. No detuve
mis caricias hasta hacer brotar el mejor néctar de aquel delicado manantial.
Pasamos la noche
entera y el día siguiente sin salir de la habitación, nuestros juegos solo se detenían
para picar algo, que pedimos al servicio de habitaciones, y por alguna cabezada
rápida. El olor a tabaco y feromonas inundaban la habitación como el campo de
batalla huele a pólvora. Desde aquel día
nuestros encuentros fueron esporádicos, húmedos y excitantes, la imaginación se
veía desbordada en cada cita llegando a tener sexo en lugares inverosímiles.
Todo termino
cuando se casó y se marchó a vivir a los EEUU. Aunque han trascurridos
bastantes años desde aquello, no puedo olvidar de mi mente y casi sentir en mi
cuerpo las sensaciones producidas por aquella mujer. ©Fer